Mucho me temo que la denominación "equipo del pueblo" no sea más que eso: una etiqueta, un sello lustroso que combina a las mil maravillas con diferentes tipos de relato, un poco como las Converse All Star que van fenomenal para apuntalar toda clase de estilismos. En el mundo hay tantos equipos del pueblo autoproclamados como tales que uno empieza a pensar que, o bien faltan pueblos, o bien sobran equipos, porque las cuentas no salen por ningún lado. La cosa tendría cierta lógica si los relatores se limitasen a hablar del equipo de tal pueblo o de tal barrio, incluso del equipo de esta o aquella diputación —como se hacía en Galicia durante los años de las vacas gordas—, pero arrogarse el calificativo de equipo del pueblo, sin delimitar espacios ni territorios, no deja de resultar un tanto atrevido y hasta excluyente, al menos con una parte bastante significativa de la población.
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