Entre el caos y la incomunicación, el baloncesto se abre paso a duras penas en China. La XVIII edición de la Copa del Mundo arranca con jet lag organizativo y dispersa, sin pasión aparente, en ocho megalópolis, de los 23 millones de habitantes de Shanghái a los seis de Nankín, curiosamente, la ciudad que alberga el pabellón cubierto más grande del país con capacidad para 20.000 espectadores. Después de 15 meses de competición, con 140 países en liza, 12 jornadas clasificatorias y un notable ruido político y deportivo de por medio, las ventanas de la FIBA se cerraron con sensación de proyecto fallido para dar paso a un Mundial romo e incompleto, con muchos equipos (32) y pocas estrellas. Nikola Jokic, Giannis Antetokounmpo y Marc Gasol sustentarán el prestigio de un torneo de pronóstico incierto, porque Estados Unidos acude con su versión más abarcable desde su patinazo en 2006, con Kemba Walker, Donovan Mitchell y Jayson Tatum al frente. En el ránking de favoritos, la Serbia de Djordjevic, subcampeona mundial, olímpica y europea, ya supera al USA Team. “Si nos cruzamos con ellos, ¡qué Dios les ayude!”, desafió Sasha tras dar la lista definitiva de un equipo rocoso y patriótico como siempre, pero menos castigado por las lesiones que en citas precedentes.
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