Conforme avanzan los días en Nueva York y el torneo adquiere temperatura, Roger Federer subraya las sensaciones. En este caso, negativas: no está bien. El suizo, de 38 años, todavía acusa el mazazo anímico que supuso la dolorosa derrota en la final de Wimbledon, contra Novak Djokovic, y en el último grande del año de momento ha ido proponiendo más y más dudas. Si el primer día el desconocido Sumit Nagal (190 del mundo) le arañó un set y le descolocó durante un rato, en la segunda aparición fue Damir Dzumhur el que le birló una manga y le hizo pasar otro mal rato.
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