Nueva York sube el telón, crepita el distrito de Queen’s y en Flushing Meadows comienza a hervir el asfalto mientras el aroma empalagoso a perrito caliente y nachos embadurnados de queso se apodera de la mastodóntica central del complejo Billie Jean King. Arranca el US Open, broche anual a los cuatro grandes y, claro, de la mano vienen de nuevo el calor y la humedad, las sesiones golfas y sobre todo el ruido. Mucho ruido. Se escucha a la masa yendo, viniendo y sobre todo divirtiéndose, muchas veces más pendiente del show que del propio tenis; y se oyen también tambores de guerra porque los tres desfilan por ahí otra vez, con paso amenazante y hegemónico, e intención firme.
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