“¿Huele a cañerías?”, pregunta Ruth Beitia asomándose a las ventanas de su casa de Santander. Son las 9 de la mañana de un jueves de finales de febrero y hace un sol primaveral. Prepara café para todos mientras enseña las alubias que reposanen la olla exprés. “¡Me encanta cocinar!”, exclama. De una de las estanterías del salón cuelga su acreditación de los Juegos de Río, donde ganó el oro. ¿Y la medalla? “Aquí no guardo nada, está en el Museo del Deporte”, contesta.
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