El entorno tiene un punto decadente e invita a la melancolía y el sosiego, ciudad de contrastes que no causa indiferencia: o se ama o se detesta. Hace ya cuatro veranos que Iker Casillas (Móstoles, 37 años) aceptó una oferta para mudarse a Oporto durante dos cursos. Ya la ha renovado dos veces y nadie descarta una tercera, por más que cada año su salario sufra recortes. El bienestar también tiene un valor. En sus últimas temporadas en el Real Madrid, Casillas pasó más tiempo del que hubiese deseado en el banquillo, jugó más en el epílogo, pero siempre con ruido de fondo, entre reproches y bajo todo tipo de focos que apuntaban a aciertos, errores, gestos o palabras. Entre rumores, maledicencias y resquemores buscó más tranquilidad sin dejar de competir. Llegó al sitio perfecto.
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