En 2012, con 20 años, la argentina Macarena Sánchez dejó su ciudad natal, Santa Fe, y se fue a vivir a Buenos Aires para jugar en uno de los cuatro grandes clubes de fútbol femenino, el UAI Urquiza. Como delantera, salió cuatro veces campeona nacional y logró el tercer puesto en el máximo certamen continental, la Libertadores. Pero nunca firmó un contrato ni obtuvo un sueldo como jugadora porque, sobre el papel, el fútbol femenino en Argentina no es profesional sino amateur. Sánchez se ha puesto sobre sus espaldas una tarea ciclópea: revertir esa realidad y lograr que las futbolistas gocen de los mismos derechos laborales que cualquier otro trabajador.
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