“¿Qué mar hubiera sido capaz de no llorarte?”, reza uno de los versos finales en la famosa oda que Rafael Alberti dedicó al húngaro Plattkó. Se había disputado, en Santander, el primer partido de la final de Copa de 1928 y el gaditano acudió al estadio acompañado por su buen amigo José María de Cossío. La épica actuación del guardameta, que recibió una brutal patada en la cabeza y se escapó de la enfermería para regresar al campo, pasó a formar parte del sagrario colectivo de una hinchada que todavía es capaz de imaginar aquella gesta gracias a la maestría de Alberti. En ausencia del poeta, y sin el registro milimétrico de las cámaras de televisión presentes en el coliseo blanco, muy pocos serían capaces de esbozar, hoy, la magnitud del recital ofrecido por Marc-André Ter Stegen en el Santiago Bernabéu.
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