El Tour se lanza desde la puerta de la Gruta de Lourdes, por la avenida de Monseñor Théas, el obispo de Lourdes-Tarbes que dio la bendición a Gino Bartali para ganar en los Pirineos el Tour del 48, y luego aprovechó que tenía en la Gruta a todo el pelotón para darles un sermón. Les dijo que tanto en la vida como en la competición hay que buscar elevarse siempre a lo más alto, a lo más alto, lo que empujó a Raoul Rémy, un rodador pesado, a decirle al oído a un compañero: "¿Ves? Siempre lo mismo, hasta los obispos cuando hablan solo piensan en los escaladores..." Se lo contaba 11 años más tarde Rémy a Bahamontes, al que guiaba como director a su primer Tour, y el Águila de Toledo se reía y se iba volando en el Tourmalet, y silbando, pensando en tomarse un helado más tarde, como casi 60 años más tarde se va volando Mikel Landa, que no ha oído la historia pero se la sabe, seguro, porque la sangre de los ciclistas se ha alimentado inconscientemente de todas las leyendas, y la sangre manda sobre su corazón, y le ordena cumplir sus deseos, liberarse, marcharse solo en cuanto el gigante Tourmalet empieza a elevarse.
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