El 26 de junio de 2016 fue el día más glorioso de su carrera como entrenador. Pero cuando Juan Antonio Pizzi se sentó en la sala de conferencias del estadio de Nueva Jersey tras conquistar la Copa América, una profunda arruga le partió la frente. Parecía un hombre abatido mientras emitía el mensaje protocolario sin expresar apenas un sentimiento de felicidad, hasta que un periodista le pidió que revelara lo que había en “su alma”. Ante tamaña demanda, el interpelado lanzó una mirada desesperada al inquisidor y dejó entrever la tormenta por una ranura. “Todas las cosas que he conseguido en mi vida me han costado un enorme sacrificio”, dijo, con la voz quebrada. “He tenido y seguiré teniendo muchas más desilusiones que alegrías. En el vestuario pensaba en la final que perdimos con la Universidad frente a la Católica; y me acordé de una final con Rosario Central que también perdimos; y de la final que perdí con San Lorenzo, y de la final que perdí con León, y de la semifinal que perdí con el Valencia en la Liga Europa”.
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