Del mismo modo que en la vida hay siempre un Rubicón que cruzar y del que nadie sale indemne, a menudo con la inocencia hundida, también en el fútbol hay un momento particularmente amargo al que se han de enfrentar los presidentes de los clubes. En The Wire, a aquel alcalde de la tercera temporada que había hecho una campaña llena de nobles intenciones se lo describieron con una expresión afortunada: cuando no tuvo más remedio que comerse su primer “cubo de mierda”. En el fútbol no ocurre en el campo sino en los despachos, y no tiene que ver con la corrupción de la ley sino uno más delicada: el momento en el que un padre roba a un hijo, la hora en la que ya no basta vivir del hijo como agente sino que lo elige como objeto de saqueo.
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