“Hay días buenos, días regulares y otros que son, más bien, oscuros”, así comienza a relatar Iván Gutiérrez su calvario particular en una entrevista de radio concedida esta misma semana. Se expresa de un modo tan pausado que hiela la sangre escucharlo, acostumbrados como nos tenía a la velocidad de crucero y el máximo esfuerzo, contrarrelojista excepcional y aventurero de la ruta. Confiesa que en los últimos tres años y medio ha intentado hacerse daño en varias ocasiones y acumula ingresos en urgencias con la misma facilidad con la que antes cosechaba triunfos y se subía a los podios. Aquella constante de su vida deportiva, aquella lucha desesperada contra el tiempo por robarle un puñado de segundos, se ha transformado en una espera premiosa donde las horas caen despacio, una batalla diaria contra un calendario que no parece avanzar tan deprisa como las sombras.
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