Cincuenta años después de la victoria de Inglaterra en el Mundial de 1966 merced a un gol inexistente pero convalidado, un disparo que Geoff Hurst estrelló en el larguero antes de que el balón botara en la raya sin entrar nunca en la portería alemana, el fútbol de elite ya no vive expuesto a escándalos parecidos. El sistema de detección automática de goles de la FIFA ha cambiado el curso de los acontecimientos. Ni en Mundiales, ni en Eurocopas, ni en Champions, ni en ninguna de las grandes Ligas europeas el desenlace de la competición dependerá de un rebote aleatorio, salvo en España. Aquí prevalece un espíritu decimonónico.
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