De estos dos señores que se saludan en la imagen ya se ha dicho todo, así que no esperen encontrar en estas líneas nuevos datos, cifras ignoradas, proezas no reveladas y mucho menos, por inexistentes, malas artes. Ni siquiera será posible hallar adjetivo alguno no utilizado hasta el aburrimiento. Es muy probable que ya no nos deslumbren los números, por brutales que sean. Reparamos, porque nos lo cuentan y es necesario hacerlo, en que estos dos señores se han enfrentado en 36 ocasiones, 22 de ellas en finales de torneos de las que nueve pertenecen al Grand Slam. Así que nos sentamos ante el televisor y rebobinamos la memoria, 11 años más o menos, sintiéndonos en el Wimbledon de 2006, en la primera gran final que les enfrentó. A partir de entonces estos dos señores, Roger Federer y Rafael Nadal, se hicieron habituales en nuestra cotidianeidad. Veíamos crecer al joven español, haciendo sombra al jugador de tenis más extraordinario que jamás vieron nuestros ojos. De repente nos encontramos con que aplaudíamos las victorias de Nadal, claro que sí, pero no llorábamos las de Federer. El patriotismo deportivo que tanto falsea la realidad fue perdiendo peso cuando ambos se enfrentaban. Quedaron en su trinchera, faltaría más, los que disfrutan cada mañana sabedores de que el islote de Perejil sigue siendo español. Y quedó también allí el periodismo de bufanda, que no tiene remedio. Pero en general, el común de los mortales aceptaba que, en aquella lucha de gigantes que acompañaba nuestra existencia, los dos eran los mejores.
source Portada de Deportes | EL PAÍS http://ift.tt/2k89VDw
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire