No pasaba nada. Como si el espectáculo pirotécnico de la presentación y el penalti del minuto uno, hubieran formado parte de la misma secuencia coreográfica, el partido quedó envuelto en una nube de humo y tensión. Convertido el 0-1, el Liverpool jugó a dormir la final. Durante la hora que sucedió solo se impuso al Tottenham en una cosa: la presión sobre los saques de banda. Equipo experto en las maniobras colectivas sin pelota, fue su principal arma ofensiva en ese tramo letárgico. Bajo el peso del calor, más de 30 grados en el valle del Jarama, los jugadores parecieron firmar un pacto tácito: dejar que se consumieran los minutos y resolverlo todo en una tormenta final.
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