Desde que colaboro en los medios he notado que mis vecinos me tratan de manera diferente, con más respeto. Esto puede parecerle una estupidez al lector habitual de periódicos –en realidad lo es- pero tiene su importancia cuando uno dedicó media vida a arbitrar el usufructo del papel en un pequeño bar de pueblo. Así quedaría una pequeña dramatización de aquellos días, fíjense: “Gerardo, llevas toda la mañana con el AS y un café: le toca leer a Arturo”. Pues bien. Todo aquello ha derivado, hoy día, en una especie de aura sobrenatural por la cual yo entro en el mismo bar y los mismos clientes –los que quedan, vamos- me miran como si los lunes cenara con Messi, los martes con Florentino, los miércoles con Guardiola… Así toda la semana, como si no tuviera yo otra cosa que hacer más que cenar con toda esa buena gente un día sí y otro también.
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