El pasado sábado, en el Camp Nou, las cámaras de televisión captaron la imagen de Ronaldo Nazario junto a Josep María Bartomeu en el palco de autoridades. Transitaba el partido por esa monotonía implacable que se apodera del juego cuando Messi no es capaz de hacerlo todo él, apenas alterada por los deslices de un Arturo Vidal que tiene la extraña virtud de agitar el árbol para que la fruta caiga en el cesto del equipo contrario. “¡Ay, el Fenómeno!”, suspiró melancólico un señor con boina y bastón que se sentaba a mi lado, en un bar del casco viejo de Pontevedra. “Con dos carreras suyas ya tendríamos tres goles”.
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