Acabado el encuentro de Las Palmas, solo dos jugadores del Barça encontraron tiempo para atender a las múltiples peticiones que les llovían antes de subirse al autobús camino del aeropuerto. Lo hizo Iniesta, como capitán, porque el equipo no está para tirar cohetes si se compara con la trayectoria del curso; y lo hizo Messi, que no se detuvo ante los micros —ya ni se recuerda la última vez que habló de azulgrana—, pero sí que se paró para que los aficionados tiraran unos cuantos selfies, por más que tuviera cara agria porque un empate ante Las Palmas no estaba en la hoja de ruta y el equipo ha pasado en un santiamén de 11 puntos de ventaja sobre el Atlético a cinco. El resto de la expedición desfiló con la cabeza gacha, los oídos tapados y la boca cerrada.
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