Cuando Brais Méndez marcó, en el minuto primero de la ampliación del partido, en Vigo debió ocurrir algo parecido a la irrupción del sol. No es que fuera un gol soberbio, un resumen estético. Sencillamente fue el trofeo a una carga ligera del Celta, desordenada a veces, directa siempre, transmitiendo una confianza absoluta en salir airosos por poco tiempo que quedase en busca de resarcir el gol de Unai Núñez en un córner, que aprovechó el perfecto cabezazo de Raúl García al larguero para empujar a la red.
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