A veces bromea Alejandro Valverde con su gente y les dice que se siente tan bien que llega a pensar que, cuando le operaron para recomponerle la rodilla, los tornillos que le colocaron para sujetar el hueso fracturado no son en realidad los pequeños clavos de carbono y acero que aparentan ser sino pilas atómicas que le generan una energía incalculable no tanto para acelerar sus músculos y su corazón y sus pulmones, siempre a tope, sino para activar su cerebro. Y rejuvenecerlo. Y los amigos le escuchan, y alguno cree que lo que dice es así porque, si no, no se lo puede explicar. Nadie, en realidad, da con una explicación lógica. Tampoco él, seguramente.
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