Hay técnicos que, por carisma o galones, en ocasiones por ambas, cuentan con más funciones dentro de un club que la de entrenar a sus muchachos. Algo así le sucede a Quique Sánchez Flores en el Espanyol. El técnico, además de lidiar con los problemas en la pizarra, tiene que ejercer de portavoz. El presidente y máximo accionista, Chen Yansheng, aparece esporádicamente en escena; el consejero delegado, Ramon Robert, ha perdido la confianza del vestuario y del cuerpo técnico; mientras que el director deportivo, Jordi Lardín, tiene una función testimonial desde que ha vuelto al club Oscar Perarnau para tomar el control del fútbol profesional. Sin ninguna cara visible capaz de hacer frente a las dificultades, la figura de Sánchez Flores queda en el disparadero.
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