Los familiares y amigos de Cristiano saltaron como locos en el palco cuando el portugués metió el gol de falta, pegadito al palo, imposible para el portero. Uno de sus colegas lo estaba grabando con el móvil, por si acaso, por si entraba. Y entró. El único que lo celebró sentado en su sitio fue el hijo de Cristiano. Discreto, con una sudadera negra, escoltado por la abuela y un par de empleados de seguridad del Real Madrid. Abajo, en el césped, Luka Modric fue el primero en levantar los brazos. En el banquillo lo festejaron como una piña.
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