Nadie podría haber imaginado que una expulsión por doble amarilla de Luka Modric en la vuelta de la Supercopa de España en 2014 habría sido una acción trascendental para la pizarra de los clásicos de 2017. Ni mucho menos lo hizo Zinedine Zidane, que por entonces se iniciaba en el mundo de los banquillos dirigiendo sus primeros partidos como técnico del Castilla. Pero tres años después, como si de un efecto boomerang se tratase, aquella segunda amarilla en el Calderón regresó y dejó a Modric fuera de la ida de la Supercopa de este verano. Y metió en un lío al ascendido Zidane, que perdía a su mejor hombre para el clásico en el Camp Nou. Hostigados permanentemente por Leo Messi, el técnico blanco acudió entonces a su pizarra decidido a encontrar una estrategia para neutralizar a La Pulga. Allí encontró en Kovacic, un volante rápido y de fulgurante arrancada, la solución.
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