El pasado mes de septiembre, mientras los choques de champán rechinaban en la noche de Nueva York y Rafael Nadal festejaba con sus familiares el título del US Open en un espacio reservado del complejo Billie Jean King, donde el ganador de 16 grandes sonreía sin parar y departía con sus padres, familiares, amigos y algún miembro del equipo, un susurro sentenciaba a solo un par de metros de la celebración. “¿Qué por qué sigue triunfando Rafa? Por una razón muy simple: porque los campeones nunca se cansan de ganar”.
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