El Barcelona pasó de una depresión que se prolongaba durante bastantes semanas a una jubilosa resurrección en la cancha del Khimki. En Moscú interrumpió la plaga de calamidades que le afligía. No jugaba bien, ni en la Euroliga, ni en la Liga Endesa, ni en el Palau ni fuera, ni ante los grandes gallos europeos ni ante los meritorios españoles. No encontraba los resortes de su juego, ni el talento de sus jugadores. Hasta que se plantó en Moscú, ante el equipo que dirige Georgios Bartzokas, el entrenador al que despidió en junio para iniciar la nueva etapa con Sito Alonso, y en una situación límite destapó el potencial colectivo y el talento individual que se le presuponía.
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