Hace bastantes años, en la coqueta casa que le puso el Manchester United en el lujoso barrio de Alderley Edge, la cocina de Gerard Piqué (Barcelona; 30 años) era la de un chico demasiado joven en una situación demasiado grande. En la nevera había comida que le preparaba una asistenta que le ponía el club, pero en demasiadas ocasiones se decantaba por los cientos de barritas de Kinder Bueno que rebosaban por la encimera o los cajones, también por los numerosos botes de Nutella, Doritos y todo tipo de chucherías. Se enganchaba a series de teenagers, pasaba horas con la PlayStation y se distraía con los partidos de la NBA para dormir menos de lo que le reclamaba su cuerpo. Pero su capacidad competitiva insaciable y su talento hacían el resto, hasta el punto de que destacó en la cesión al Zaragoza, a su vuelta funcionó en las ocasiones que le puso Alex Ferguson —porque a pesar de estar a la sombra de Vidic y Ferdinand en la temporada 2008, fue el defensa más goleador (2) del torneo junto con Anderson Polga, Alves y Escudé— y se ganó un billete de regreso para Barça, primer fichaje en la era Guardiola por más que se anunciara antes a Keita. Una década más tarde, la vida de Piqué es diametralmente opuesta porque apenas tiene tiempo para él, entregado al balón por la mañana y a sus negocios por la tarde, también a la familia. Pero si algo no ha cambiado es que sigue en su sitio, atornillado al eje de la zaga azulgrana como explicará hoy en el clásico.
source Portada de Deportes | EL PAÍS http://ift.tt/2l09r2S
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire