Al Espanyol le pierde la ambición cuando desafía al Barça. Había anunciado un derbi en el Camp Nou y resultó ser un partido sin tensión ni riña, gobernado por un futbolista angelical, el único que seguramente se lleva bien con los dos equipos, el manchego Iniesta, y firmado por un hombre de paz de nombre Leo Messi. No hubo más equipo que el Barcelona, que completó un encuentro estupendo, serio e irreprochable futbolísticamente, muy por encima del desnortado Espanyol. Los blanquiazules lucieron más en el palco por la presencia de Marañón y Tamudo, anunciados como presagio de la victoria, que en la cancha, abatidos después de nueve jornadas invictos en la Liga. Las últimas gestas del Espanyol se dieron por sorpresa, desde la humildad y la precariedad, o si se quiere desde la adversidad, difícilmente desde la bonanza, por más que ahora tengan un buen entrenador como Quique Sánchez Flores.
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