Los aficionados al ciclismo están acostumbrados a no creerse nada que no supere la prueba del tiempo, diez años más o menos desde que aparentemente ocurre. Son por eso, quizás, la gente más preparada para sobrevivir en el mundo de posverdad que todo lo invade, esa niebla en la que los hechos objetivos, como dicen los del diccionario de Oxford, importan menos que la emoción con la que los carguemos, lo que se quiere creer o la interpretación con que se transmitan.
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