La genialidad emparenta bien con la improvisación. Y aún mejor con el atrevimiento. Así que si quedan unos pocos segundos, o sea, una posesión, y el Baskonia va un punto abajo en el marcador, elegir a Beaubois para que congenie, improvise y se atreva parece una buena decisión. Alguien que juega al baloncesto con el mismo gesto con el que asiste a una ópera parece un jugador apropiado para controlar las pulsaciones y elegir lo posible o lo imposible. El gesto siempre será el mismo. Ocurrió, sin embargo, que el base francés improvisó tanto y tanto que se vio metido en un callejón sin salida, rodeado de brazos de jugadores del Panathinaikos y el balón rodando por el suelo: no podía ni lanzar ni anotar y el reloj le apagó la luz de la última jugada. Fue improvisando y se le acabó el guion. El equipo griego ganó un partido que siempre fue igualado aunque lo consiguiera, al final, de una forma un tanto estrambótica.
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