Existió un tiempo en el que un entrenador permanecía en un equipo años y años sin que lo echasen, al estilo de algunos presidentes de diputación. Nacías, y el míster ya llevaba 10 años en el club. Ibas a la escuela, te sacabas el graduado, fumabas sin tragar el humo, y el técnico aún reinaba en el banquillo. Entrabas en el instituto, te comprabas un Vespino, lo estrellabas, aprobabas la selectividad raspado, y el entrenador seguía en el mismo sitio. Te licenciabas, trabajas en cualquier cosa que no tuviese que ver con tu carrera, perdías el empleo, conseguías otro y volvías a perderlo, mientras descubrías que el entrenador mantenía el suyo de siempre. Podía llamarse Guy Roux, al frente del Auxerre durante 42 años, Alex Fergurson o Arsene Wenger. Pronunciabas su nombre, y este permanecía en el aire sin deshacerse.
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