2016 fue el año en el que el patito feo del fútbol se convirtió en un maravilloso cisne, el año en el que la Eurocopa se decidió con un gol de Éder, un delantero malquerido hasta entonces por propios y extraños, del que había noticias por su tosquedad con el balón en los pies y se conformaba una desastrosa leyenda porque no había sido capaz de marcar con la selección de Portugal hasta su decimoctava internacionalidad. Luego anotó en tres amistosos y el pasado 10 de julio hizo un gol eterno a Francia. Allí juega y sufre porque a cada partido al que acude con su equipo, el Lille, a campo contrario recibe abucheos e insultos. “Pensaba que la gente podía entenderlo”, lamenta.
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