La distancia entre la casa de Haile Gebreselassie y su escuela era de 20 kilómetros; el niño los hacía corriendo de puntillas con las libretas pegadas al pecho, por eso en las carreras del mejor fondista de la historia se aprecia un gesto extraño en los brazos, una manera de correr que recuerda a la del crío que estaba tan preocupado porque no se le cayesen los libros como por llegar a tiempo a clase. Somos lo que corrimos y cómo lo corrimos; somos también los que nos perseguían y a quiénes perseguíamos. Además de eso Gebreselassie era algo parecido a Dios.
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