El efecto Voro surtió efecto en Mestalla. Con las mismas miserias y escasas virtudes que arrastra de la temporada pasada y en el comienzo de la presente, el Valencia consiguió su primera victoria del curso, con orgullo y sin fútbol, balsámica como pocas, celebrada por la afición valencianista como si se hubiese clasificado para una final europea. Venció al Alavés y no pareció poca cosa, saludando los jugadores en el centro del campo al terminar el partido, en una comunión perfecta con la grada, maniquea como pocas.
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