En Mendizorroza los partidos hay que verlos medio de pie o medio sentado. Más que el fútbol impera el corazón, con sus sobresaltos, sus sustos, sus taquicardias. Las combinaciones son ocasionales, las disputas, habituales, los encontronazos recurrentes. Pura sangre. La del Alavés y la del rival, condenado a sobrevivir en un campo de minas. El Granada está en busca de Paco Jémez y Paco Jémez en busca del Granada. Y no acaban de encontrarse. A veces van en dirección contraria. Y por el centro, se coló el Alavés, bien armado, más sudoroso que bello, sabiendo a lo que juega, a un gol, o a dos si le dejan. Es la diferencia: el Alavés está hecho, el Granada, no. La diferencia es abismal, en estos casos. El Alavés no concedió nada y el Granada estaba de rebajas. Tras compartir el tedio de la primera mitad como si en vez de un campo de fútbol fuera un parque de otoño a media tarde, el Alavés metió una marcha más y el Granada, una menos.
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