Entre los 55.000 espectadores que se encontraban en el Poststadion de Berlín estaba Adolf Hitler, en el palco de honor, que asistía a su primer partido de fútbol como Führer, flanqueado por Rudolf Hess, Joseph Goebbels y Hermann Göring, la trinidad sagrada del Tercer Reich. El aparato esperaba que sus chicos repitieran el 9-0 que le habían endosado a Luxemburgo en el partido de apertura de los primeros Juegos Olímpicos celebrados en casa. Eran los cuartos de final del torneo. Los contrincantes, llegados de una Noruega prepetrolera, todavía pobre entre los vecinos nórdicos, no podían pronosticar lo contrario. Pero la ansiada victoria del colosal anfitrión acabó en amarga derrota a manos del humilde visitante. Los dos goles vikingos obligaron a abandonar el estadio a la jerarquía nazi antes del final del partido. Aquel 0-2 ante Noruega resultaba humillante.
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