El caso ruso, en su pureza, es una exhibición de valores un poco extravagantes que no sé si contradicen el llamado espíritu olímpico, pero sí fundan una nueva justicia, delicada cuando menos. Porque despoja al deportista del derecho a reinserción, revoca el principio de inocencia para instalar el de culpabilidad (todo deportista, si es ruso, es culpable hasta que demuestre lo contrario, como si en lugar de deportistas fuesen presidentes) y en cierta manera decide matar a todo el pueblo y dejar que Dios decida quiénes son los suyos.
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