Usain Bolt ya está en Río. Después de Londres 2012, se autoproclamó una leyenda. Los medios ya lo habían hecho en Pekín, cuando destrozó el anterior récord mundial de los 100 metros lisos poniéndolo en 9,58s; él tardó cuatro años en reconocerse como tal, cuando ganó los mismos oros en Londres. Ya era, dijo, el hombre que había conseguido lo que ningún otro. En Río podría conseguir también lo que nadie repetirá nunca, con la extravagante precaución que supone escribir algo así en una prueba que fuerza, como ninguna, el límite humano.
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