Carlos, un carioca de casi 50 años, vive de alquilar tablas de paddle surf en la playa de Flamengo, bañada por las contaminadas aguas de la Bahía de Guanabara, escenario de algunas de las competiciones acuáticas de los Juegos. Mientras sus colegas que trabajan en playas más turísticas y de aguas transparentes cobran cerca de 15 euros por media hora, Carlos apenas pide seis euros por 60 minutos y responde constantemente y con rabia las preguntas de sus potenciales clientes: “¿Es seguro navegar ahí? ¿Qué pasa si me caigo al agua?”.
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