Levantada en un bosque de saguaros en el límite septentrional del desierto de Sonora, la ciudad de Phoenix es la más caliente de Estados Unidos. Cuando a mediados de abril los primeros rayos del sol iluminaban la piscina de la Universidad de Arizona la temperatura no tardaba en superar los 30 grados. El aparato de radio vibraba con un programa de boleros rancheros y el entrenador, Bob Bowman, tocado con un sombrero de ala ancha, como de capataz de plantación, ordenaba un ejercicio ligero: 30 largos de nado libre a ritmo de descarga. 1.500 metros en media hora. Algo así como una siesta para Michael Phelps, que se deslizó por la piscina sin provocar apenas ruido. Chaf, chaf, chaf. Solo el golpe de las manos al romper la superficie del agua quieta y una ondulación de mamífero marino bañándose en la corriente.
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