A sus 23 años, José María Giménez (Uruguay) repasaba el domingo, con el entusiasmo de un juvenil, las páginas deportivas. Ojeaba la prensa a la búsqueda de fotografías que inmortalizaran las acciones de su imperial actuación en el Santiago Bernabéu. Desde esa vertiente del niño-futbolista explican sus allegados una de las imágenes que más impactaron en el pasado Mundial de Rusia. Sus lágrimas en los últimos minutos de la semifinal entre Uruguay y Francia, mientras formaba en la barrera sabiéndose perdedor, fueron la pura expresión de la derrota en la niñez. La misma desazón pueril y conmovedora que también le ha hecho derramar lágrimas ante las lesiones musculares que tantas veces le han apartado de la titularidad cuando parecía consolidarse. En una de las últimas, su llanto en el vestuario fue sobrecogedor.
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