Puede que como Obélix, Quique Setién también se cayera de pequeño en la marmita de la poción cruyffista porque el fútbol de su equipo absorbe y proyecta los conceptos más reconocibles del Dream team de Johan o, más bien, de la evolución que pergeñó Pep Guardiola con el Barcelona primero, con el Bayern y el City después. Salir con la pelota desde la raíz, ataque posicional como bandera, tocar con premura y precisión, no estar en el área sino aparecer, jugar con el bloque bien apretujado… Conceptos que definen la apuesta de un Betis que, sin embargo y en comparación con las potencias futbolísticas citadas, no tiene tantos quilates en campo contrario como demostró en Montilivi porque su fútbol de esmoquin discutió con el festejo, con el gol. En ocasiones le faltó ingenio y talento para descontar la última línea de presión; y sobre todo careció de puntería a la hora del remate, que por algo está el manido dicho de que los goles valen mucho dinero. Una deficiencia que logró solventar Loren en una única ocasión. Suficiente, en cualquier caso, para desmontar a un Girona irreconocible, grisáceo y ramplón como nunca.
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