Resuelta la temporada anterior con nota (LaLiga y Copa) cuando se presagiaba lo peor tras la sorprendente marcha de Neymar, desde el área deportiva se exigió en este curso la necesidad de recobrar la esencia azulgrana, el estilo perdido de raíces cruyffistas y tallos guardiolistas. “Tras un año en el que nos impusimos compactar al equipo, se acordó que los fichajes debían permitir jugar a nuestra manera, esa que nos hizo el club más grande del mundo”, admiten desde la ciudad deportiva. Llegó Arthur para recordar a Xavi, Lenglet para sacar la pelota desde la raíz, Vidal para los partidos crudos y físicos, y Malcom para dar profundidad. Pero los nuevos apenas cuentan y el Barça parece haber perdido el rumbo en los primeros compases de la competición, desnortado como está con su propuesta. No se sabe si juega al toque o al arrebato, si su repliegue es alto o medio, con frecuencia partido por la mitad. “Siempre estás expuesto a un accidente y eso es lo que ha ocurrido”, se lamentó el técnico tras caer ante el Leganés. El problema es que ese accidente se dio en Butarque como pudo ocurrir ante el Sevilla, Valladolid y la Real, además de los sustos ante el Huesca y el PSV, y las pesadillas frente al Girona y Leganés. Una versión alejada de la que presumía el presidente Bartomeu —“será un año histórico”, vaticinó— y sugería el área deportiva y el vestuario (con Messi a la cabeza), que consideraban que era la mejor plantilla en tiempos.
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