Cuando el actual presidente de la Federación de Marruecos, Fouzi Lekjaa, cruzó la puerta de su despacho por primera vez en abril de 2014 se encontró prácticamente un solar. Sin ni siquiera director técnico, revolucionó la institución y llegó a la conclusión de que para relanzar a su selección a la élite debía conjugar dos métodos principales. Uno, fomentar el fútbol en el territorio; el otro, convencer a los jugadores marroquíes criados en Europa de que la mejor opción para ellos era jugar con su país de origen. Tres años después, Marruecos confirmó el éxito del nuevo sistema con la clasificación para un Mundial dos décadas después de la última vez.
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