Hay momentos durante un partido en el que la actuación del portero tiene un valor superior al de cualquier otro futbolista. Más allá de sus acciones individuales, a la postre decisivas por tratarse del guardián del tesoro, hay otro tipo de ejemplos que determinan el poder casi mental que ejercen sobre los rivales. David de Gea es un portero de una planta considerable, 192 centímetros, con un brinco poderoso y una capacidad atlética notable. Utiliza tanto las piernas como los brazos para repeler disparos, y rara vez se complica la vida para golpear el balón. Pero desde hace tiempo esa estampa seria, alejada de la teatralidad de muchos de sus colegas, transmite un mensaje nítido a los delanteros rivales. No hay circunstancia clara en la que el portero del Manchester United ofrezca agujeros visibles. Ni de lejos ni de cerca. Ni en el mano a mano. Y el Arsenal, que lo intentó de todas las maneras, acabó frustrado física y mentalmente.
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