Cuando llegó, era un errabundo manoseado por el fútbol, llamado a protagonizar las grandes batallas que nunca disputó. Más que un artista mexicano reclutado por el selecto club del Arsenal, tan educado, tan aseado, tan francés, tan revolucionario como diplomático, se antojó enseguida un quijote enviado de andurrial en andurrial en busca de un destino. Y a Carlos Vela el destino le esperó en Donostia, en la Real Sociedad, cuando la vida le había volteado tantas veces que pareció un juguete roto o, por lo menos, un juguete mareado.
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