Lleva Osasuna bastantes jornadas haciendo el hatillo para marcharse, envuelto en un descontrol deportivo, institucional y judicial que le impide mirar al futuro y mucho menos analizar el presente. Pero no quiere irse sin dejar una postal de recuerdo a sus convecinos, es decir, una victoria en El Sadar para no pasar a la historia como uno de los peores equipos locales de la historia. Llevaba el Athletic muchas jornadas siendo un alma en pena en cada desplazamiento, un invitado tímido y torpe, de esos que se acodan en la esquina del salón para que nadie fije su atención en ellos hasta que dio un do de pecho en Anoeta y le salió la voz dormida. Y, claro, no es lo mismo el intento de evitar un descenso anunciado con trompetas y clarines que luchar por una plaza europea. Los rezos son los mismos, pero la fe no es idéntica. Y el Athletic se llevó el partido con una letanía bastante monocorde, su rosario de jugadas previsibles, salvo cuando Williams y De Marcos se hacían sucesivamente la segunda voz.
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