Tenía que ser ahí, en el centímetro y pico de la raya de fondo que separa lo legal de lo ilegal, donde muriese el Granada y descendiese a Segunda División en la hora del vermú. No es que creyese mucho en sus posibilidades porque en las situaciones desesperadas se esperan, siempre, actitudes heroicas, incluso irracionales para salvar la vida. Y el Granada prefirió la enfermedad a la curación, el analgésico a la cirugía, el tratamiento conservador a la apuesta experimental. Prefirió morir tranquilo que por un accidente. Quizás sabía que su enfermedad era terminal con cada uno de sus cuatro entrenadores en la Liga. Quizás sabía en el fondo es una pyme, que compra y vende futbolistas, que contrata y destituye entrenadores, que es un mapa mundi al que, en verdad, la Primera o la Segunda no le alteran el ecosistema. La vida sigue igual.
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