Los años, aunque no solo los años, convierten el café en té, la cafeína en relajante, el miedo en calma. O sea, Aduriz, el veterano y el juvenil, el debutante y el homenajeado. O sea, Aduriz, el que ha roto muchos platos pero parece que no ha roto ninguno, que se planta en el punto de penalti y lanza la pena máxima como si nunca jamás hubiera actuado de verdugo, como un abogado defensor y no como un inquisidor dispuesto a condenar al portero a la hoguera, como se acostumbra cuando el lanzador se convierte en lanzador de cuchillos. O sea, Aduriz que lanzó el penalti cometido por Víctor Sánchez a Muniain, porque venía roto, desarbolado por un tropezón y tardío como una nevada en junio. Y lo marcó porque esperó a que Diego López se fuera al rincón de pensar ara dejarle el balón manso en la despensa de la portería.
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