Si no fuera por los espectadores, no esa niña que bajo el chaparrón, mientras esperaba la foto con los futbolistas, extendía sus manos para ver rebotar el agua que caía a cántaros, se diría que la lluvia bendecía la personalidad de un derbi guipuzcoano al que no podía faltar para darle ese aire épico y festivo a la vez que las circunstancias reclaman. Si no fuera porque el agua cuando cae bajo un tapiz como el de Anoeta pone zancadillas a los futbolistas cuando giran el cuerpo, el tobillo, y resbalan como un patinador sobre hielo. Eso le ocurrió a Ramis, todo un veterano que ha jugado en desiertos, carreteras y estanques, ante un centro de Odriozola que dejó solo a Juanmi para que cabecease con tanta comodidad como tino.
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