La piscina olímpica de Río, donde se despidió el gran Michael Phelps el pasado verano, es un festival para los mosquitos. La imagen ha dado la vuelta al mundo y se ha convertido en la enseña del legado olímpico de Río de Janeiro. Cinco meses después de apagarse la llama olímpica, no queda nada del brillo del mayor evento deportivo del mundo en una ciudad ahora en decadencia y maltratada por la crisis. El legado deportivo, la principal razón para justificar las inversiones millonarias que requirieron los Juegos, se encuentra en entredicho.
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